La niña del Cortijo Miraflores habita actualmente, según cuentan, en el antiguo molino de aceite, paseándose con toda tranquilidad por todas las dependencias. Ella juega tranquilamente o le pide a alguien que le ayude a buscar a sus padres. Con la inocencia de una niña muerta.
Fue construido por don Tomás Francisco Domínguez y Godoy sobre la antigua casa de labor de su abuelo en un paraje denominado Prado de San Francisco, fue ocupado por una familia y después pasó a ser utilizado como molino de aceite hasta bien entrado el siglo XIX.
Según contaba el antiguo director del centro, Germán Borrachero, una noche, cuando había cerrado ya el cortijo y estaba apagando todas las luces para marcharse estaba en la sala II y vio pasar a una niña de unos nueve años con un vestido blanco de manga corta y con la falda como plisada.
Pensó que podría ser una niña que se hubiera quedado encerrada por un despiste después de que los conserjes cerraran el centro o que se hubiera colado haciendo algún tipo de travesura.
El caso es que llegó a perseguirla por esos pasillos ya en penumbra, y al girar una esquina, la niña desapareció y como consecuencia de ello no quiso contar nada a nadie lo que vio.
A los pocos meses le sorprendió escuchar a los conserjes del edificio contando que una noche habían visto a una niña vestida de blanco corriendo hacia una de las salas y desapareciendo allí mismo, ante sus ojos.
El propio Germán y otros trabajadores comentaron de que algunos días al abrir por la mañana se encontraban los libros de la biblioteca desperdigados por el suelo, como si hubieran volado literalmente por la habitación.
Lo mismo ocurría con algunos expedientes del Archivo Histórico, que aparecían desplazados de su estante como si también los hubieran lanzado a una gran distancia.
Dentro del edificio hay una sala muy amplia donde se expone un antiguo molino y otros elementos que pertenecieron al cortijo en época de su construcción.
Hay unos cables de acero que quedan a la altura de la cintura y que sirven como perímetro de seguridad para proteger los objetos en exposición y en varias ocasiones han aparecido rotos, como si hubieran sido cortados por la mitad.
Gloria, una profesora de música, se quedó en uno de los despachos de la primera planta junto a dos amigas y mientras las estaba esperando escuchó un extraño silbido a sus espaldas, seguido de la sensación de que algo corría detrás de ella.
Llegó a notar cómo se le movía el pelo y, segundos después, que una mano de pequeñas dimensiones le tocaba el hombro y al girarse allí no había nadie.
El mismo ayuntamiento mandó llamar a una médium y a un sacerdote, la médium dijo no sólo había una niña sino una familia entera, que había una mujer, un hombre, una niña y un niño, y que le pedían insistentemente agua.
Decía que el niño estaba en la planta de arriba, donde jugaba habitualmente, la madre iba vestida completamente de negro, como si fuera de luto y que la niña se mantenía muy inquieta y que siempre estaba correteando de un lado para otro.
Otro de los testigos y empleado del ayuntamiento, mientras le enseñaba el cortijo a un invitado a una ponencia se empezó a sentir mal y tuvo que apoyarse en una pared mientras totalmente pálido y con voz entrecortada repetía sin cesar algo sobre una niña.
Este empleado del ayuntamiento que le atendía, se volvió para pedir ayuda y fue entonces cuando al darse la vuelta, vio a una niña de unos siete u ocho años, con un vestido blanco y unos calcetines de crochet.
El detalle inicial que más le extrañó fue el peinado, con unos tirabuzones que parecían más bien propios de otra época y una ausencia total de rostro y sin saberlo intentó solicitar la ayuda de ya que no paraba de repetir: «La niña, la niña».
Al observar que la pequeña parecía ajena a aquel espectáculo, Antonio trató de insistir golpeándole el hombro pero la mano atravesó a aquella figura infantil, y su silueta se empezó a mover como cuando tocas una cortina de humo y desapareció.
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